
El vendedor de aire
Al abrirse la puerta del enorme despacho áureo, el Gran Cónsul de Mestovia tuvo que entrecerrar los ojos para no ser deslumbrado por la luminosidad intensa que penetró la sala al entrar el extraño señor. La secretaria lo había anunciado con un tono inusual, poco propio de ella e incluso algo libidinoso. —Señor cónsul, mi señor —entró diciendo el desconocido, alto, esbelto, vestido de blanco inmaculado y con un color de ojos que a la secretaria le pareció que rivalizaba con el