Tiempo para hablar
Las líneas que copio a continuación son de un artículo que escribí ¡hace 18 años! Por aquellos entonces, aunque a mis lectores más jóvenes les pueda parecer inconcebible, no existían ni WhatsApp ni Twitter, ni ninguna la las realidades que cultivamos en nuestras redes sociales hoy en día. Hoy todos los expertos recomiendan que la duración máxima para que un video tenga máxima aceptación en Youtube sea de ¡3 minutos! Y aun así, muchas veces nos impacientamos y no los vemos enteros si pasan del minuto y medio. Y nos hemos hecho auténticos expertos en redactar nuestras ideas (...) en 140 caracteres (!!!!) —ojo, caracteres, no palabras. Y para socorrernos en nuestra prisa y necesidad de brevedad acuden los miles de emoticonos a ahorrarnos letras y tiempo. Cada vez que uno de mis alumnos me comenta que se ha leído un artículo del blog no puedo sino asombrarme: «¿Entero?» le pregunto. «Sí, claro. Entero.... mientras estaba en facebook, por supuesto» me responde. En fin, eso es la bitépoca. Ahí va el artículo que, aunque de la prehistoria, su mensaje sigue siendo válido —tal vez más que antes incluso:
¿No os habéis dado cuenta de que en las charlas entre amigos, se hable de lo que se hable, hay un tipo de frase que se repite más que ninguna otra: «déjame acabar», o «no me interrumpas»? ¿No os parece que son una verdadera rareza las tertulias en las que no se corten los unos a los otros?
Me parece fabuloso ver como Homero, en sus relatos, pone en boca de sus personajes discursos que pueden alargarse capítulos enteros, mientras los demás contertulios escuchan con atención sin pronunciar palabra. Si Odiseo se acercara a uno de nosotros, hoy día, para contarnos una de sus aventuras, no tardaríamos más que unos minutos en interrumpirle para decirle algo –eso si no hemos desconectado antes para mirar el móvil.
Y es que debía de ser una verdadera gozada charlar entonces. Los amigos se reunían en las plazas, bajo un árbol en los parques, o en los salones de té o cafeterías, para hablar durante horas enteras. Las tardes, y hasta las noches las podían pasar hablando; (claro, no había tele). Se entendían por la sencilla razón de que dejaban a los demás expresarse, hablar del todo. Pero había otra cosa fundamental para poder hablar a gusto y no interrumpirse los unos a los otros: tiempo.
Nuestro problema, el que impide que nos entendamos, el culpable de que nos cortemos y nos pisemos al hablar, es que sentimos prisa. No digo tenemos prisa, porque a lo mejor no la tenemos; pero sí la sentimos. Estamos tan acostumbrados a vivir de un modo acelerado, a ir corriendo a todas partes, a ver nuestro tiempo limitado por los cuatro costados, que es algo casi congénito ya el vivir la temporalidad como un bien escaso. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, las cosas cambiaron mucho. Nació un nuevo mundo y una de las características de ese nuevo mundo es la prisa. Nunca jamás se contó el tiempo como lo hacemos nosotros ahora. Nacemos en un contexto en el que todo se hace a su hora: el colegio, el trabajo, el desayuno, la comida y la cena, la merienda y el almuerzo, el descanso... Todo tiene su hora, lo que quiere decir que todo tiene un límite de tiempo. Con ese concepto en nuestra mente, no podemos ya charlar a gusto; si alguien nos viene contando una vivencia, ya puede llenar su relato de chistes o misterio que como sea demasiado larga nos impacientamos —algo tendremos que aportar nosotros o sentimos la necesidad de ir a otra cosa; y si se trata de hablar sobre algo, discutir un tema, entonces sentimos, inconscientemente, la apremiante necesidad de contar nuestra opinión y que callen los demás, porque son muchos los que quieren hablar, y no importa si tenemos toda la noche por delante, o largas horas de una tarde, sentimos que no tenemos tiempo.
Soy consciente de que muchas personas no se sentirán en absoluto identificadas con esto; y sinceramente me alegro por ellas. Pero las personas que vivan ésta realidad, pueden superarla sencillamente convenciéndose de que el tiempo es muy elástico, así que, como decía mi abuelo, calma y buenos alimentos. Y si no nos ha dado tiempo a exponer nuestra opinión porque ha llegado la hora de irse, nos iremos sabiendo mucho más de nuestros amigos, lo cual es muy importante. Siempre quedarán más días. Así pues, dejemos hablar, y hablemos.