La literatura frente a Vox: una lección de realidad

Cuanto más conservadora sea una persona, menos sabrá de historia. Esto, que en principio resulta una paradoja puesto que, sería de presuponer que uno se hace conservador cuando conoce el pasado y quiere preservarlo, es una realidad que he podido constatar personalmente. Siempre que hablo con personas que se dicen conservadoras me doy de bruces con el fenómeno de la idealización del pasado: apoyan su discurso en un recuerdo de la historia que sintetizan en expresiones del tipo ya no hay valores…, ya no se respeta nada…, ya no hay educación…, y en resumen, antes era mejor.
Estas personas son las que reivindican la necesidad de reprimir el desarrollo y la evolución social para retornar a un sistema supuestamente anterior en el que los valores éticos y morales eran de una calidad superior a los actuales que, afirman, poco o nada tienen de bueno. Así, en su sistema de valores reivindican los siguientes:
la virtud
la honestidad
el respeto
la amabilidad
Para empezar, si se afirma que esos valores escasean cada vez más, se infiere que antes eran lo corriente; yo quiero pedirles a todas esas personas conservadoras que me digan —obviamente, con datos fiables y fuentes fidedignas— en qué período de la historia el ser humano ha formado una sociedad en la que las personas, en su mayoría, se comportaran con integridad de ánimo y bondad de vida, disposición para obrar de acuerdo con determinados proyectos ideales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza (virtud); o cuándo el ser humano, en su mayor parte, ha sido decente, razonable y justo (honestidad); en qué época ha actuado mayoritariamente con miramiento, consideración y deferencia a las demás personas (respeto); o cuándo antes de manera generalizada el trato que se le ha dispensado a los demás ha sido cordial y afectuoso sin necesidad de una retribución (amabilidad); es más, les reto a que me encuentren un ejemplo. Uno, nada más, bastará para hacerme cambiar de opinión. Pero hasta entonces, me tocará seguir ilustrándoles con la realidad del pasado y, por qué no, la del presente social.
Empezaré por el pasado —ese que ellos tanto añoran. Les diré que revisen sus libros de historia o, si lo prefieren, las novelas de las épocas pasadas, para ver con cuánta elocuencia sus páginas ilustran los más grandes ejemplos de ausencia de respeto, falta de ética y hasta la más descarnada falta de valores. Descubrirán de inmediato que, cuanto más realista sea la novela, mayores serán los ejemplos de bajeza moral. Y si no queremos referirnos a clásicos de la literatura universal como Dickens, Tolstoi o Balzac, que dan buena muestra de los valores de las sociedades de nuestros tiempos pasados, veamos los ejemplos españoles, como La Celestina, El lazarillo de Tormes, o la poesía de Quevedo, para ilustrar la realidad del siglo de oro español; las obras de Pedro Antonio de Alarcón, Benito Pérez Galdós, Luis Coloma, Leopoldo Alas o Emilia Pardo Bazán para mirar en el espejo de la sociedad anterior a la dictadura, o lecturas como La colmena para ilustrar los valores morales de los que se hacían gala en plena época franquista. Pero cuidado, esto no quiere decir que las novelas del pasado describen sociedades peores que la nuestra. Sencillamente demuestran que no eran mejores que la actual. No por nada, tengamos esto presente, el santo, el sabio, el buen maestro, el virtuoso y el mártir, reciben esos apelativos por su calidad de excepcionales y no por la de ser comunes. Los grandes etnólogos del siglo XIX anduvieron en busca de ese “recuerdo” de sociedades utópicas regidas por sistemas de valores muy superiores a los nuestros, y en el mejor de los casos se encontraron con personas desquiciadas por vivir prisioneras de los cotilleos y rumores, paredes que cuchicheaban y marginaciones forzosas cunado no ostracismos violentos por mostrar un ápice de pensamiento libre. Nunca olvidemos que fue la Atenas del siglo V a.C., el paradigma de la democracia, la que obligó al filósofo Sócrates a tomar cicuta para morir. ¿Que estos ejemplos no son lo suficientemente recientes, y que nuestros conservadores se refieren a la sociedad de hace apenas unas décadas? Entonces que acudan a las hemerotecas para leer sus periódicos y que revisen los noticiarios televisivos… o que me pregunten, que yo también, al igual que ellos, he vivido esas décadas que dicen destilaban valores.
Yo puedo decir con total certeza que si bien es cierto que respetábamos a los adultos y no se nos ocurría contestarles con falta de respeto, también es cierto que ellos abusaban de nuestra ingenuidad con total impunidad, y que los valores, ahí, brillaban por su ausencia incluso entre los que supuestamente debían de condenarlos; que si bien es cierto que sabíamos lo que era la obediencia y entendíamos de obligaciones, también lo es que se confundía respeto con indulgencia, autoridad con autoritarismo, razonamiento crítico con aleccionamiento; y, que si bien puede ser cierto que con sangre entra la letra, también lo es que, malinterpretado ese precepto como lo está, genera una vasto ejército de frustraciones y estas, amigos míos, son las responsables de los más pérfidos degenerados individuos de la sociedad.
En cuanto al presente, puedo decir que si bien es cierto que los jóvenes ahora no parecen respetar a los adultos, muestran más conciencia social de la que jamás se haya tenido noticia, pues muestran más respeto por los diferentes de lo que jamás hubiéramos sabido hacer nosotros —con nuestros ingeniosísimos insultos y motes sobre la feminidad de los compañeros o su sobrepeso o su falta de vista— y despliegan una solidaridad con los menos favorecidos que nosotros no hubiéramos imaginado ni en el más surrealista de los sueños —que o bien sentíamos pena o bien hacíamos chistes de subnormales, mongolos y tullidos, metiéndolos, además, en el mismo saco espartano; que si bien hoy no muestran tener modales, luchan por defender los derechos de la mujer, los derechos del niño y los derechos de los animales con una fuerza irrefrenable —temas que antes eran contemplados con críticas y menosprecio; y que si bien no tienen conocimientos de cultura general, respetan el medio ambiente de un modo que a nosotros, a su edad, nos hubiera provocado la más burlona de las risas.
Me permito terminar con una cita del gran Mario Vargas Llosa: «El escándalo, en nuestros días, no es atentar contra los valores morales, sino contra el principio de realidad».
[Imágen: Jacques-Louis_David_-_The_Death_of_Socrates_-_Google_Art_Project
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