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Realidad positiva e ilustrada, estimada Greta Thunberg


La primera vez que vi una intervención de Greta Thunberg me alarmé. Pero mi sensación de alarma no procedía de ver a una adolescente recriminándole a los adultos lo que están haciendo mal –yo, y cientos de miles como yo, fuimos iguales. Lo que me alarmó de Greta Thunberg era el hecho de saber que alguien la había puesto allí y la estaba usando. Lo que no tenía tan claro era si ese alguien era siniestro y tan poderoso como para hacerla llegar allí, o si era poderoso y tan siniestro como para ello. Y que el cándido lector que se ha rendido ya a los brazos de esta adolescente no me juzgue tan pronto; que no me malinterprete. No quiero decir que yo sea un escéptico del cambio climático. En mi opinión, quien no crea en el cambio climático es como quien cree en Dios, necesita vivir en una ilusión. Pero bueno, eso es respetable. Lo que opino –y lo hago sustentando mis opiniones sobre argumentos sólidos y conocimiento de datos–, es que el fenómeno Greta Thunberg es pesimista, irrealista e injusto. Escribo como adulto, y en representación de todos los adultos de mi generación, así como de los de las anteriores que han luchado y luchan –quienes de un modo y quienes de otro–, por aportar su grano de arena a conseguir un mundo mejor.

Escribo esto, pues, como adulto y en respuesta al mensaje de Greta Thunberg en su discurso de la Cumbre Climática de la ONU (visto en el siguiente video: https://youtu.be/RxVNbxfXLoY )

Punto uno: la infancia/adolescencia de Greta Thunberg no está siendo peor que la de las generaciones anteriores, ni mucho menos. Si su generación vive con el temor del fin del mundo por el cambio climático, la mía vivía con la AUTÉNTICA REALIDAD del fin del mundo por culpa del botón rojo y el miedo pánico a una guerra nuclear entre las dos mayores potencias. La generación de mis padres tal vez fue la única que vivió sin temor alguno, aunque no lo sé, porque la Revolución del 68 la hicieron por algo. La de mis abuelos fue una adolescencia frustrada por la II Guerra Mundial –sobran las palabras–, y la de los padres de mis abuelos fue la adolescencia de la I Guerra Mundial...

Punto dos: los adultos le hemos dado un mundo mejor a la generación de Greta Thunberg, entre otras cosas por la Convención sobre los Derechos del Niño, de 1989, y por la Declaración de los Derechos del Niño, de 1959, derechos que le han otorgado a ella y a los de su generación privilegios con los que los de mi generación y todas las anteriores apenas nos hubiéramos atrevido a soñar.

Punto tres: el Protocolo de Kioto se firmó en 1997, y no por mera diversión sino porque, evidentemente, había una seria preocupación internacional al respecto. Distinto es que la voluntad política no haya cuajado hasta 2005 para ponerlo en acción, pero la justicia (esto los adultos lo saben) no es mala sino lenta para evitar ser injusta. Aun así, desde 2012 solo 2 países, Estados Unidos y Canadá, son los que no ratifican el protocolo (2 de un total del mundo entero). ¿Y ahora tenemos a una adolescente que viene a lavarnos la cara?

Punto cuatro: el plástico es el gran problema del mundo, pero no ha nacido de la mala fe de los adultos con la intención de contaminar el planeta y solo por enriquecer a unos pocos, no. El plástico ha sido la solución (la salvación en muchos casos) a grandes problemas de sostenibilidad que teníamos hace 30 y 40 años, como, por ejemplo, el uso del papel y la madera que generan deforestación. Se pensó, entonces, que sería bueno, por su plasticidad y versatilidad y por su economía, eso sin contar con las posibilidades que ofrecía –y ofrece– para el Tercer Mundo. Ahora hemos visto que es contaminante y malo, bien. Pero no lo sabíamos entonces, y en cuanto lo hemos confirmado nos hemos puesto manos a la obra, y ya tenemos los sustitutos preparados y usándose.

Punto cinco: enviar los mensajes de alarma mundial en boca de una adolescente es una treta sucia de los adultos que están detrás, y le está haciendo un flaco favor a todas las instituciones, científicos y adultos que tenemos algo que decir al respecto, y es: es cierto que el mundo está al borde de una situación muy crítica, pero NO es cierto que lo hemos llevado ahí a posta, por mala idea o por falta de voluntad. Hemos acabado con muchos de los problemas antiguos y acabaremos con estos problemas también. Pero no es algo que se pueda hacer de hoy a mañana, y no se puede hacer así sencillamente porque hay siete mil millones de personas en el mundo con realidades muy distintas y hemos decidido que TODAS y CADA UNA de esas 7 000 000 000 de personas tienen el mismo derecho a un trabajo, a una sostenibilidad y a una vida digna. Acabar con el cambio climático es una cosa; acabar con el cambio climático teniendo en cuenta eso, es otra bien distinta y que ninguna adolescente puede solucionar con su llamamiento a la acción. Que haya un par de políticos corruptos (y mal nacidos) no nos convierte al resto de los países, al resto de los adultos, al resto del mundo, en unos irresponsables hipócritas. El mensaje que lanzan las figuras oscuras tras la imagen de Greta Thunberg es injusta y peligrosa.

Estamos esquilmando los mares, acabando con el agua potable y desertizando la corteza verde del planeta. Es cierto. Pero decir “¡basta ya!” no es el remedio. ¿Quién será el primero en reducir a la mitad su consumo de latas de atún al año? ¿Quién el primero en dejar de comprar cualquier cosa que venga en un envoltorio de plástico? Y en cuanto a los políticos, ¿quién será el primero en dictarles a las industrias de su país cuánto tienen que producir y cómo han de hacerlo?

La realidad es mucho más compleja. Me gustaría preguntarle a Greta Thunberg si ella sabe lo que es pasar necesidades, pasar hambre y sufrir el dolor de la pobreza. Me gustaría preguntarle si ella entiende la realidad de la cooperación internacional en asuntos de vital importancia para millones de niños desnutridos y que, desgraciadamente, esas cooperaciones tienen que ver con el cambio climático –un error que cometimos para paliar un problema enorme. Me pregunto si ella sabrá que el problema de la venta de armas, de los creadores de guerras, de los ejércitos de niños, de los diamantes de sangre y el coltán son tan acuciantes y dramáticos –o más– como el del cambio climático, y si es consciente de que nada se está haciendo al respecto. Y cuando digo nada, quiero decir lo que la palabra significa con todas sus letras.

El niño pequeño culpa a la madre por haberle quemado con el agua caliente cuando le preparó el baño. Eso es Greta Thunberg y sus seguidores. Y su imagen está generando una conciencia mundial, sí, pero la conciencia equivocada, la de la pataleta, la tan auténticamente adolescentesca como la del "¡Lo quiero y lo quiero ahora!", y está generando la consciencia de que quienes saben y pueden hacer cosas no las están haciendo, lo cual no es cierto. No es cierto. Se están haciendo cosas, y se están haciendo desde hace décadas, desde mucho antes de que Greta Thunberg siquiera hubiera nacido.

Ser adulto significa, entre otras cosas, tener la capacidad de distinguir entre los deseos de nuestros hijos y sus necesidades y hacerlo de manera de garantizar la viabilidad y la realidad de que esas necesidades se cubran satisfactoriamente. Por eso me enfada ver a tantos "adultos" enviando por todas las redes sociales los videos de Greta Thunberg con los pies de foto que insinúan que ella tiene razón y nosotros, los adultos, no estamos haciendo nada.

Querida Greta Thunberg, no sé quién te está manipulando, pero esas personas te han arrebatado tu infancia. Vuelve al instituto, después matricúlate en una universidad y sé la adulta brillante que prometes ser. Y cuando hayas vivido la mitad de lo que hemos vivido las personas como yo, entonces podrás venir a darnos lecciones. ¡Y te escucharemos! Pero te pronostico lo siguiente: Primero, nosotros, los adultos, acabaremos con el problema del cambio climático, y tú lo verás con tus ojos; nosotros los adultos pondremos remedio a la destrucción del medio ambiente, y tú lo verás con tus ojos. Segundo, cuando seas adulta y podrás venir a darnos lecciones, tu visión del momento presente será distinto y si fueras absolutamente sincera contigo misma, tú te ruborizarás por estas actuaciones.

Queridos adultos del mundo, ahora, una vez más, necesitamos creer en nosotros mismos, igual que lo hemos hecho en tantas otras ocasiones; necesitamos creer en el ser humano, en su capacidad y habilidad por solucionar los problemas. No necesitamos que vengan los adolescentes a darnos lecciones pues nosotros hemos estado allí y sabemos de esa pasión por las cosas. Necesitamos mantener la calma, la cordura y la mente fría. Necesitamos recordar que nosotros, los seres humanos, somos maravillosos.

El cambio climático es una realidad peligrosa y que atenta contra la propia existencia del ser humano. Los científicos lo saben desde hace cincuenta años. Los gobiernos están en ello. Pero no es algo sencillo de abordar, y cualquiera que tenga nociones de ingeniería agroalimentaria, geografía física, política de relaciones internacionales, y física de la población y la estructura económica sabrá que ponerle solución depende en gran medida de acabar con muchas otras medidas que han supuesto la solución a muchos otros gravísimos problemas que tiene el ser humano. El hombre primitivo lloraba porque estaban acabando con el mamut; ahora que el mamut está extinto hay enormes y maravillosos bosques donde antes había praderas. ¿Recuperamos al mamut o nos quedamos con los bosques?

Aquí no hay dos bandos; no están los malos que quieren seguir enriqueciéndose a costa de terminar con la vida en el planeta, y todos los demás. Este es un mensaje infantil y, sobre todo, erróneo. En cuanto al plástico, forma parte del 40% de todo lo que tenemos a nuestro alrededor y que consideramos útil y necesario para la vida. El plástico, de un modo u otro, es empleado para el 80% de nuestras acciones cotidianas: en las viviendas lo encontramos en electrodomésticos y en los aparatos de alta tecnología, en mobiliario y decoración, en las paredes lo encontramos en enchufes e interruptores, en espumas aislantes y tuberías… En la automoción está en las partes del motor, en la carrocería y ruedas, así como en su interior. En la industria de consumo está en los envases, botes y bandejas, bolsas y envoltorios, en muchos casos necesarios e incluso indispensables para garantizar la sanidad… No hay un modo sencillo de acabar con ello. Pero lo estamos haciendo, de la manera más responsable posible, y lo haremos a marchas cada vez más aceleradas. Ahora bien, el mensaje que habría que transmitir es este, que estamos en ello, que hay ya miles de productos alternativos al plástico y que se están empleando eficazmente, y que incluso la propia naturaleza está despertando alteraciones evolutivas para luchar contra ello en forma de bacterias y hongos que pueden degradarlo.

En cuanto a la contaminación por CO2, es algo horrible y peligroso para la vida del planeta. Pero no podemos eliminarlo de la noche a la mañana, ni siquiera sería fácil reducirlo más rápidamente de lo que el Protocolo de Kioto establece. Nuestra vida, paradójicamente, depende de esas emisiones. Nuestras vidas, en sus actos más nimios e insignificantes, pero muchas veces indispensables y necesarios, de un modo u otro contribuyen a la contaminación del planeta. ¿Estarían dispuestos Greta Thunberg y los suyos en dejar de utilizar el avión –el medio de transporte más contaminante de todos– para desplazarse por el mundo para acudir a sus charlas? Cambiar la forma de vida de miles de millones de personas no es algo que se pueda hacer de la noche a la mañana, ni en un año ni en cinco. Pero estamos en ello. Y este es el mensaje que debemos transmitir. Que estamos en ello, y que lo conseguiremos.

#GretaThunberg #Cambioclimático #Contaminación #Activismo #Plástico #CO2 #Efectoinvernadero

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